23 febrero 2006

Tenías que ser tú...

De todos los lugares del mundo, de todas las edades que esta tierra ha vivido, de todas las personas que pude haber visto o conocido, ¿tenías que ser tú?, ¿precisamente tú, mujer? Y yo aquí, callado, sin poder decir nada, sin poder acercarme más de lo necesario. Miro al cielo y pienso, ¿por qué así? ¿Por qué tuvo que suceder todo de esa forma? Repentinamente me da un vuelco el corazón.



A pesar de haber compartido un espacio anterior, de pronto las realidades acometen con una dirección distinta, las cosas no son iguales a lo que antes eran. Tus ojos y tus labios adquieren otro significado para mi realidad. Tú ocupas un lugar diferente en mi vida, en mi espacio. Te tengo aquí, y ha sido tan despacio, que ha poco que me he percatado.



Nadie más lo sabe, después de todo, no es más que una alucinación de mi enamoradizo corazón. Es una tortura a veces recorrer el oasis sin poder beber su agua; sin embargo, el sólo recorrido consuela mi sed brava. Ya veremos, digo mientras camino, a donde nos conduce todo esto. No hay prisa, ¿o sí?



Y así, mientras tanto, la vida nos conduce en su devenir cotidiano, entre las prisas, las ausencias, los olvidos. Algunas distracciones selectivas y otras tragicómicas situaciones que enriquecen nuestro gris caminar constante. Somos seres en éxodo, y yo quiero seguir caminando contigo...


A donde tú vayas, iré yo,

donde tú vivas, viviré yo

Tu pueblo será mi pueblo

y tu Dios será mi Dios

donde tú mueras, moriré

y allí seré enterrada.

Rt 1, 16-17

No hay comentarios.:

Publicar un comentario