30 marzo 2008

Viajando II

Movimiento 2

De Kalamazoo a Chicago en tren


 Anuncian una salida, estaba distraído pero escuché la palabra “Chicago” y me inquieté. Nuestro tren no había llegado aún, así que supuse que sería un autobús. Sin embargo, un do mayor prolongado, agudo y vibrante me confirmó que el anuncio era de nuestro tren. Repitieron las instrucciones de abordaje, pero creo que estaba demasiado emocionado para entender el inglés de las bocinas. Abordar un tren tampoco es un asunto complicado, no hay más que poner un pie en cada escalón, una mano en la barandilla por seguridad, una sonrisa para el hombre que nos da la bienvenida y un poco de tino para escoger un buen asiento. Todo eso hice. En cuestión de pocos minutos nuestro tren estaba listo para partir. Dos pitidos más apenas audibles en el coche de pasajeros, pues los vidrios son muy gruesos para protegernos del frío, anunciaron nuestra partida. Mi primer viaje en tren iniciaba “oficialmente”.



Cuando era niño, mi padre hablaba de cómo era viajar en tren. En aquel tiempo, era toda una aventura ir a “El Tule” una población situada a pocos kilómetros de la ciudad capital a la que se llega en 30 minutos a lo sumo, que en los años cincuenta duraba 4 horas en llegar. Para la familia de mi abuela paterna, Isabel Cruz Ortiz, el comercio era la forma de vida: eran alfareros y se desplazaban con sus productos por el estado mediante las redes del ferrocarril. Es curioso, pero fue precisamente Porfirio Díaz quien introdujo el tren a Oaxaca y cuenta la leyenda histórica que, cuando llegó a Tehuantepec, ordenó que el ferrocarril pasara por la casa de su amante, como un tributo amoroso muy original. Digo, ¿A quién le gustaría escuchar todos los santos días el pitido del tren? En fin, de cualquier forma, Juana Cata (la dama en cuestión) tuvo el tren a la puerta de la casa, lo usara o no. 


 Al iniciar el viaje, me percaté que estábamos yendo hacia atrás, bueno… que avanzaba de espaldas, más bien. Me puse a pensar en aquella lectura de mi infancia sobre la relatividad, sobre avanzar o retroceder, que si íbamos en un ferrocarril había un movimiento absoluto, pues el carro nos llevaba, pero también un movimiento relativo del que éramos más conscientes, mis dedos en la computadora ahora mismo, por ejemplo. ¡Qué cosas leía cuando era un mozalbete! ¡Luego por qué andaba tan “groovy” a los 11! En fin, que ahí vamos…. No escucho el “chu-cu, chu-cu, chu-cu”, pero el pitido sigue allí, me encanta como hace: siempre que lo escucho, recuerdo una canción de Arjona donde dice que afinaba su guitarra con ese sonido en particular. Un Do mayor. Creo que la canción se llama México. 


 Heme aquí ahora, lejos y cerca, a la vez, de ese México, con mi pensamiento y corazón. Voy viajando por campos un poco tristes aún, producto de uno de los inviernos más duros, no sólo de mi vida, sino de Michigan. Las casitas vienen y se van todas ellas construidas de madera, con cimientos de concreto y sótanos para pasar algunos fenómenos. Campos pardos y un tanto yermos se extienden hasta una línea de cerros más bien parcos en altura. El cielo se ha tendido con una capa entre lechosa y grisácea, aunque brillante, tan brillante que no puedo mirar al cielo por mucho tiempo, me lastima los ojos. Tal vez sea hora de dormir un poco. Carezco de compañero de asiento, así que podré estirar un poco las piernas. Pareciese que estoy un poco destinado a estar solito en este sitio: sin compañero de habitación, sin novia, sin compañero de asiento. ¡Válgame!, he puesto la novia entre los acompañantes, tal vez sea porque mi alegría sería más completa si tuviese con quién compartirla, pero entonces no escribiría estas líneas. 


 Con mi regazo tibio por tener la computadora en mi regazo, los ojos cansados después de la desvelada de anoche, la vibración constante del ferrocarril que resulta deliciosamente adormecedora y el cansancio acumulado de diez semanas cierro el ordenador listo para ir a los brazos de Morfeo. Espero despertar antes de que lleguemos a Gary. 


PARTE II

 Acabo de despertar y me entero por el ruidoso hombre en el asiento de adelante que atravesamos la frontera de Indiana, o algo así. El hombre ha estado arrullando mi sueño, pero ahora está un poco enojado porque su hija, aparentemente, gasta mucho dinero en gasolina, le grita a la que supongo será su esposa por el teléfono. Bendito sea el celular que facilita la amena comunicación conyugal, y de paso nos arruina el sueño a los estudiantes que queremos descansar tanto del inglés como de la realidad. En fin. Salió un poco de sol, ilumina el borde de mi pantalla y me hace sentir mejor, eso de viajar en tren es entretenido también. Una pareja joven está en el asiento contiguo al mío, parece que acaban de despertar igual que yo. Un bebé llora al frente del carro, mi ruidoso vecino se levantó para ir al baño y dejó de hablar por teléfono. Ahora se pueden escuchar los murmullos de las conversaciones entre los demás pasajeros y un pequeño y débil “zum-zum” porque nos cruzamos con otro tren en este preciso instante. La luz se interrumpe por breves lapsos y me recuerda al metro de la Cd. De México, con la diferencia de que estoy sentado y puedo tener la computadora en mi regazo: algo impensable en la antes llamada Tenochtitlán. Mi vecino ruidoso se queja de no poder fumar y conversa con un negrio muy simpático que me recuerda al rey de Shrek Tercero ligeramente. Damos una vuelta de cuarenta y cinco grados.


Cuando mi padre iba de Tehuacán a Teotitlán, en 1969, justo al salir de la normal de maestros de primaria y trabajando en Huautla de Jiménez en aquél año, no hubo espacio para él en el carro, así que tuvo que irse entre dos carros, en el pequeño y peligroso espacio que limita entre el calor y el confort del tren y el inclemente frío de noviembre a las cinco y media de la mañana en cualquier montaña en la Mixteca oaxaqueña. En una vuelta similar a la que dimos apenas, los dos carros quedaron muy cerca uno de otro y prensaron los dedos de mi padre. Por eso tenía chueco el índice y medio de su mano izquierda. Cada vez que narraba la historia, mostraba los dedos con un cierto orgullo, como guerrero que sobrevivió mil luchas. 


Llegamos a un pueblito, no sé dónde estamos, ni cómo se llama el lugar. En realidad sólo hay grandes galeras, como bodegones o algo así. Tal vez sea Gary. El sol brilla más aquí y ahora ilumina toda mi pantalla, haciendo más difícil la lectura, sé lo que escribo gracias a cierta experiencia en mecanografía. Mi vecino ruidoso vuelve a la carga, parece que ahora es alguien más. ¿Será su amante? No, tal vez su hija. 


28 marzo 2008

Viajando I

Movimiento 1

Del colegio a la estación


Salí del Colegio por Academy Street alrededor de la una y media, con un cielo nublado y una ligera brisa helada, que me recordaba que la primavera iniciará cuando quiera, no cuando lo indique el calendario. Después de una corta caminata llegué a las vías. Recordé las palabras de Pablo y Charlie, de quienes me despedí regalándoles un pequeño caramelo, pero decidí que seguiría las vías con un aire nostálgico en mi gesto. 


Cuando estaba en preparatoria, mi novia vivía a escasas cinco cuadras de la antigua estación de ferrocarril de la ciudad. Recuerdo algunas tardes, cuando la iba a dejar a su casa, que pasábamos un buen tiempo caminando sobre las vías, ahora viejas y en desuso, pero que en algún tiempo condujeron a mi abuela y sus hermanos en sus rutas comerciales. El suave viento vespertino nos acariciaba, a veces una ligera llovizna lo refrescaba todo, y se podía decir que, dentro de nuestra pequeñez, éramos felices. La gravilla que se tornaba resbalosa bajo nuestros inquietos pies, tan inquietos que alguna vez tuve que ayudarla a llegar a casa, con su tobillo lastimado… fueron buenos tiempos. 


 Salí, pues, de la pequeña burbuja y dejé atrás todo un semestre cargado de trabajo, lecturas, interesantes conferencias y bellos conciertos. Un corazón ansioso, nostálgico y nervioso se encaminó siguiendo las vías, paralelas a Stadium Drive por cierto. Al irme supe que, de algún modo extraño, estaba volviendo. El piso era suave, mullido y tibio, producto de las ligeras lluvias de los días pasados; el sonido de la grava bajo mis pies amenizaba las tres canciones de Alejandro Filio que dulcemente marcaban el ritmo de mis pasos. Hay algo mágico al caminar, seguir tus pasos puede ser la experiencia más enriquecedora que te puedas imaginar. Después de algunos tumbos y brincos por entre los durmientes, sintiendo el peso de mi maleta en mis hombros, llegué a mi destino. El olor tan particular del McDonald’s me lo notificó. No podría describirlo, huele a aquello que odiaba de pequeño por considerarlo una comida totalmente artificial (y artificiosa), pero que amé una noche, volviendo de Detroit porque cuando el hambre aprieta, un pedazo de cartón que llaman hamburguesa conforta la pena del cuerpo. Así, viendo una fila de autobuses parados, supe que ahí debía ser mi punto de llegada y partida. 



 Entré a la estación y compré el boleto. El ambiente de la sala de espera es un tanto tristón, como si el tiempo se hubiera detenido mucho ha, como si las personas se quedaran mirando fijamente sin saber hacia donde los llevan los trenes que abordan, sin saber siquiera porqué los abordan. Hubo un reloj que llamó particularmente mi atención. Se trataba de un aparato circular que asemejaba aquél que vimos en una película de los ochenta: “Volver al futuro” Hasta tomé una fotografía (de la que me siento un tanto orgulloso) Me dio la impresión de estar iniciando un viaje especial, algo inolvidable, algo que valía la pena pagar unos dólares extras. 


 Miré que faltaban unos cincuenta minutos para abordar y me dispuse a sentarme y observar un poco a la gente que esperaba sus transportes. Me aburrí un poco después de cinco minutos. Volví a levantarme, buscar algo que hacer, ir a tomar agua, explorar la pequeña estación con un remedo de miscelánea al final. Vi los baños, pero no me atreví a entrar, simplemente porque no tenía muchas ganas de seguir explorando. ¡Qué poco me duró el espíritu aventurero! Lo pienso, sonrío y me digo a mí mismo que la aventura no debería medirse por cuántos sitios has visto, sino cuántos has conocido. 


 Vuelvo a mi sitio y saco la cámara. Me asalta un pequeño temor: ¿Estará permitido tomar fotografías en este sitio? Después de todo, los estadounidenses son un algo paranoicos y bastante quisquillosos respecto a su “sagrado espacio privado”, pero igual me la juego. Quito el flash y comienzo a tomar fotos clandestinas de las personas que me circundan en los asientos vecinos. Es como si fuese un agente de la CIA recopilando información para organizar (raro) otro golpe de estado en la ya tan herida América Latina. Lo pienso poco, después de todo, no me hace gracia la analogía. De pronto, me distrae la señal de baja batería de mi aparato. “¡No puede ser!”, me digo, mientras lo apago para ahorrar el máximo de energía posible. No tengo pilas de repuesto y eso sólo significa que tendré que comprarme algún par en la farmacia o en algún sitio en Chicago. Me calmo, sabiendo que no puede afectar tanto mi presupuesto, y dejo la cámara en mi mochila: mi única compañera de aentura por ahora.


27 marzo 2008

Vacaciones, prólogo




Tengo dos o tres cosas que nombrar en este sitio, salí de vacaciones a Minneapolis, de hecho sólo estuve ahí el fin de semana. Hice un escrito, pero ocupa alrededor de 16 páginas de mi procesador de textos. Lo iré poniendo, pues, poco a poco.

La siguiente publicación será la primera parte. Hoy tengo que limpiar y ordenar mi jaula en el Zoo. Por ahora, los puse arriba una fotografía de mis sobrinos y yo, con su link respectivo al álbum de Facebook. Si no tienen cuenta, hagan una y me agregan como su cuate :D jaja.

15 marzo 2008

Ha pasado más de un mes desde que escribí algo. Hace poco mi amiga Ilse me decía "¿Coronel, por qué no ha escrito?" Hasta hace poco he estado muy ocupado tratando de poner todo en orden, pero en realidad me siento un poco distraído como para escribir. Hay dentro de mi cabeza una especie de tormenta esperando estallar en cuanto todo esto acabe; mis ojos me duelen un poco y no he dormido mucho los últimos días. Hubieron demasiadas cosas que hacer en este periodo de tiempo y mi tiempo se escurre entre mis dedos como agua, como un líquido que muere antes de alcanzar mis labios y saborearlo: es cruel. Hondamente he deseado tener más tiempo, o por lo menos saber organizarme mejor para aprovechar los minutos que me regala el "K College" entre respiro y bocado; entre clase y laboratorio, entre ensayo y composiciones, entre Jama y junta con Enid. Habrá que aprender. He comenzado todas mis oraciones con la letra "H" por si no se han dado cuenta, prueba de que, aunque es muda, también cuenta: no a la discriminación. "ha, ha, ha."


Para quienes han estado esperando fotos y no han visto. Ahora algunos álbumes están en esta comunidad llamada "Facebook.com" Pondré algunos enlaces para los despistados, agregadme como amigo si tenéis cuenta, o cread una para aumentar la red amistosa. Pueden ver los álbumes sin ser miembros, así que no se apuren. Por poco me olvido, hay pocas fotos porque la mayoría las mostraré al volver a Oaxaca, si no, ¿qué muestro al volver? Preparé cada oración con la letra "P" esta vez. Pensarán que estoy loco y pues... yo también comienzo a considerarlo. Posiblemente así sea.


Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina. Luego iré a Minneapolis a visitar a Víctor y que Dios me agarre confesado. Loquearé un poco y me volveré el martes para Kalamazoo. Lentamente la rutina llegará, no sin antes una pequeña visita a Chicago con mi familia anfitriona. Lindo trimestre para primavera, un buen clima y clases que exigen menos trabajo intelectual o puramente académico. ¿Lo notaron? Letra por letra, párrafo por párrafo: la "L" fue esta vez.


Me voy... Meter todo el abecedario sería demasiado pretencioso. Mira que después de todo ustedes quieren ver fotos y yo continuar leyendo para mi examen de historia. Mucho me temo que será toda la noche para estudiar, así que sólo me resta decir: Make it happen!

Nota del autor: las fotos nuevas de la barra lateral son el quinto álbum. Ojo.

LOS ENLACES
(cada foto lleva a una cueva distinta... sigan su instinto)