10 abril 2006

Una ida y una vuelta

Por Oti Baggins (ja, ja, ja)

Era temprano, la misa empezó cuando nosotros no estábamos del todo listos y, sin embargo, pudimos cantar (o cantamos como pudimos, según se quiera ver) "Viva Cristo Rey" al entrar el padre Aureliano. Los muchachos, novatos, no proyectaron la voz con la sonoridad que en los ensayos habíamos obtenido; en fin. Un domingo de Ramos cualquiera, por decirlo así: las palmas verdes puestas en una mesa para las personas que no asistieron a la procesión de la mañana y quisieran aligerar su conciencia; el monito de Chucho en un burro con freno y riendas (!); el evangelio más largo de todo el año litúrgico, dicho sea de paso mal leído por cuatro lectores. (No me refiero a la calidad de la lectura, sino a la secuencia; además el padre no hizo la parte de Chucho. ¿Còmo se supone que saboreara el evangelio, eh?

Terminó la misa y empezó la espera. Una larga espera porque además de nosotros, Jesús Milagro y Esperanza, irían otros muchachos que tocan misa a la misma hora en el templo de abajo. (Sí, Oaxaca está llena de templos, jaja) Cuando llegaron, nos enteramos por José, un muchacho alto y flaco, que no habría camioneta. Luego de un rato de divagar y tratar de pensar qué hacer una muchacha le habló a su papá. El hombre aceptó a llevarnos después de un rato de labor de convencimiento... En fin, después de una hora de espera y algo de sol en nuestros hombros, salimos con rumbo a la presa de San Lorenzo.

Hicimos sólo dos paradas en el camino, una para cargar gasolina y la otra para comprar quesillo. Después vino una tremenda sorpresa para todos los viajeros: la presa resultó un charco gigantesco enmedio de un paraje yermo. El color café claro de la tierra, el cerro, pocos árboles en algunas partes de la orilla: sí, aquello no era como lo imaginamos. Hubo protestas, gritos de crucifixión (muy ad hoc, ¿no?) y luego, la resignación propia de unos muchachos que no querían viajar a ningún otro lado y que prefirieron quedarse, sentarse alrededor de una guitarra a oír unas canciones de Arjona, otras de Silvio, otras de Rata... en fin.

La carne, mientras tanto, estaba siendo cocida por los hábiles Gera, Adriana y Chivi. Erika, Caro y Xhuna se dedicaban a untar las tlayudas (tortillas gigantes) con asiento, deshebrar el quesillo y preparar la panza. Había agua, pero nadie se metía a nadar, simplemente había desilusión en el corazón. Ja, ja, ja. [Junto a los ríos de Babiilonia colgábamos nuestras arpas...]

Faltaba hielo y tres valientes se animaro a ir por él: Pablo, Oscar y Will. Regresaron algún tiempo después, con tres bolsas de hielo que se fue como agua (!) Recordamos a nuestros antepasados neanderthales con eso de la piedra para romper el hielo, las manos en vez de pinzas para tomar cuanto necesitábamos.

Cuando al fin estuvo listo todo, las tlayudas fueron saliendo, de dos en dos, hacia los hambrientos comensales que, a la sombra de dos o tres árboles crecientes a la orilla de la "presa", añadieron carne a la tortilla e hicieron los honores al suculento manjar. Comimos poco para lo que habíamos planeado, con lo que sobró se hará un recalentado hoy. (supuestamente)

Después de comer, cosa que fue irresponsable, Oscar, Gera, Luis y Juan se metieron a la presa. Los primeros dos la cruzaron, los otros dos jugaron como un par de oseznos sacados de una película de Disney... en fin. Volvimos a los autos y emprendimos la marcha hacia el pueblo: San Felipe Tejalapam, Etla.

Llegamos y estuvimos un rato ahí, conociendo, jugando una peculiar variante de fútbol. Pero el sol ya casi se metía, debíamos darnos prisa en volver, porque con las sombras, las criaturas de la noche salen a hacer su ronda por el mundo de los vivos. Era algo que no queríamos ver... Jajaja. Además, el presupuesto se había agotado por completo y sólo quedaba un camino a seguir: Oaxaca.

Jugando carreritas nos vinimos. Pablo en su vocho llegó primero a La Soledad, pero se detuvo a decir que teníamos que bajar en San José, así que perdió su Pulp-position y ambos carros (Oscar en su compacto y el señor de la camioneta) nos rebasaron. Como quiera que sea, la aventura pareció compensar la diversión que quizá faltaba en el corazón de los chamacos. En lo particular, iba rezando por no matarnos... bueno.

Una vez abajo, decidimos que era tiempo de volver a casita cada quién. Aunque algunos de nosotros nos quedamos un rato más. Diego, Christian, Gera, Juan y yo nos fuimos a un Italian Coffee cualquiera (el de Santo Domingo) para tomarnos un cafecín. Y comenzó la cacería infortuita.

Me sentí como un mudo espectador de la primera noche de Louis como vampiro, cuando Lestat le enseñó como debía alimentarse. Sólo que mis hermanos de noche se comportaban como leones que buscan sin querer encontrar, como temiendo aquello que vayan a encontrar. Así, pasaron dos, tres ocasiones. Ir, decididos, volver vencidos con un buen pretexto que contar. Yo, que no iba buscando, sino sólo viendo, como casi siempre, reí a gusto por tan desafortunados lances. No soy un conquistador, soy realmente malo para eso del "ligue"; precisamente porque no creo en ello.

Volvimos a la cas de Diego por las cosas, yo tomé un taxi de regreso y me vine viendo la luna, aún creciente, escuchando las canciones de los Maestros: Anna, And I love her, 'till there was you... Llegué a la cass tranquilamente y como ya eran las once, sólo me tumbé en la camita, cerré el ojito y hasta la mañana siguiente.

Ha sido así, que fuimos y vinimos en un recorrido extraño, un poco errático pero con la mejor intención. Esto fue lo que pasó grosso modo. Allá la historia que nos juzgue. Yo ya hablé.

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