04 abril 2006

Los tres

A la luz de una vela, los hermanos apenas podían mirar sus rostros. Cuando se ama, ya no es necesario ver, sólo dejar que el sentimiento crezca y el corazón nos confirme la presencia del otro. El cuarto era amplio, de un adobe que dejaba que el olor de la tierra, mojada por la lluvia que caía afuera, entrara. Estaban solos; eso creían, a pesar de que sus corazones palpitaban rápidamente hasta estremecerlos. El viento comenzó a soplar con algo de fuerza, y el móvil de la entrada del cuarto vibraba con cada arremetida. Su tintineo agudo enmedio de la oscuridad reinante podía helar la sangre de cualquiera.

Pero ellos estaban ahí, quietos, mudos; como si de salinas estatuas se tratase, como aquellas gárgolas que custodiaban el lugar, alumbradas por una vela para saber que un extraño se venía. Sus ojos fijos en la vacilante llama, a punto de extinguirse debido a una ráfaga de viento que cruzó por la rendija entre dos tablas de la puerta.

La lluvia había cesado ha poco y el frío que viene después caló sus pies desnudos. Pero no se movían, seguían ahí. Quietos y mudos como antiguos montes afianzados en las entrañas de la tierra. Sus pies dejaron de sentir el frío y se fueron amoratando poco a poco. Un aullido lejano se escuchó, mientras la vela, cansada de luchar, finalmente se apagó.

Tinieblas, silencio. Un silencio que aturdía los oídos. Parpadearon, tratando de acostumbrarse a la ocsuridad. Sólo entonces uno de ellos habló, muy quedo, como un alma hablaría desde su lugar de descanso.

- ¿Cuánto tiempo más?- Dijo aquella voz que apenas era perceptible. Como un quedo murmullo que teme ser castigado por existir. Vanas represiones que el hombre hace de su palabra.

- Debes esperar- Contestó una chillona voz, desde el fondo del cuarto.

Se escucharon los tobillos tronando al levantarse, y luego un cansado cuerpo que caía sobre el piso. Nada más después. Ni un quejido, una respiración, un lamento bajo, nada.

Los tres hermanos permanecían ahí, como esperando por aquello que los salvara de un suplicio que parecía ser eterno. La espera hace que los hombres dimensionemos de formas diversas el tiempo, el mismo accidente visto desde otra luz. ¿Acaso no iba a terminar?

De pronto, un viento impetuoso comenzó a soplar, a bufar; alrededor del cuarto se formó un remolino que desprendió el móvil y lo mandó por los aires. Su lamento cada vez más lejano indicó la magnitud de lo que ocurría allá afuera. Era enorme, mucho de lo que había alrededor de los frágiles adobes del cuarto voló. La construcción, empero, seguí firme. Eran ellos los que la mantenían así.

Dentro del cuarto, el silencio volvió a reinar; a pesar del viento y la furia desatada afuera. La calma pudo más adentro y, en la oscuridad, las manos de los tres se unieron, formando así un círculo. Al viento de afuera, se agregó el decenso de todo cuanto el remolino había atrapado previamente. Una lluvia de piedras y demás objetos cayó sobre el techo de paja. Los hermanos permanecieron inmóviles, quietos, mudos. Nada pudo dañarlos, ni siquiera cuando una de las rocas golpeó el centro del círculo y estalló al estrellarse contra el piso.

Con los ojos cerrados, los tres hombres esperaban que el silencio volviera también afuera. Gritos, sollozos, lamentos, enmedio de una oscuridad cavernosa. El olor a humedad se había ido, no quedaba sino un pútrido olor que venía de afuera. El techo había caído por completo y el cielo se veía rojizo, como cuando va a caer granizo.

Luego, manos. Muchas manos tocaban los rostros de los hermanos. Manos diversas, grandes, fuertes, pequeñas, débiles, suaves, toscas, rudas, gentiles, limpias, llenas de tierra... Se iban acumulando, tocaban cuanto querían, cómo podían. Ellos, inmóviles. Nada más existía, nada que no fueran sus manos, su propio ser, su esencia.

Habían estado ahí por largo tiempo, nadie podía precisar cuánto. Los abuelos contaban que aquellos tres habían sido amigos de sus abuelos, quizá mayores que ellos. Sin embargo, quien fuera a verlos, se encontraba ante la estampa más hermosa que hubiera visto jamás. En medio del bosque, una pequeña casa de adobe con techo de paja, sin más que una puerta y una diminuta ventana por la cual, si te fijabas bien, podías verlos. Muchos dicen que no es verdad; pero quien iba con intención blanca podía verlos. Tres hermosos jóvenes, con cabellos largos que tapaban sus espaldas, vestidos con una túnica clara (no puedo decir si blanca) Los ojos cerrados y los labios juntos, pero dejando un pequeño espacio en la comisura. Sus manos grandes y afiladas estaban a veces juntas, a veces guardadas cerca del pecho. Pies desnudos, aún en las crudas noches de invierno. Sus rostros guardaban una serenidad y una superioridad indescriptibles. Ellos eran Los tres Hermanos.

Hasta que una noche, se sentaron y encendieron una pequeña vela. El momento había llegado. Después de aquella noche, abrieron sus ojos, volvieron al pueblo y vivieron entre aquellos a quienes amaban; porque su corazón estaba abierto al universo, porque lo contenía.

La prueba la superaron porque se tenían unos a otros, porque su amor pudo más, porque la violencia y el odio no son sino mudos gritos en la sinfonía del amor universal.

3 comentarios:

  1. Hola Oti... El Enigma "L".
    bueno... al fin me armé de valor y publicaré este comentario como el Blogger que soy.
    Me llamo León, estoy en 4° semestre ... tengo un par de articulos interesantes que desearia publicar en la pag. de la Facultad.

    Sin mas que agregar por el momento y esperando que la propuesta que me hiciste hace tiempo siga en pie, me despido.

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    You may come and publish; and your friends are invietd too. I've seen your blog, nice!

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    They both have their own Blog.

    Good day.

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