15 agosto 2006

Santiaguito... La quinta

Jesús Milagro y Esperanza en la presa cercana a Santiaguito Ixtaltepec, Oaxaca, México.

La mañana fría se fue aclarando poco a poco mientras los hermanos iban llegando. El punto de reunión no dejaba de ser peligroso, inquietante. Uno de los campamentos de ls APPO está justamente debajo de nosotros; pero ya está claro, la gente del gobernador ataca de noche. Mientras pasan los minutos, ya somos diez hombres listos para partir. En busca de algo más que la papa... la aventura, el descubrimiento de algo que nos llene de vida, de experiencia.

El camino no es cómodo, porque tenemos que estar unos contra otros, apretados. Más que los cigarros en una cajetilla recién abierta. Y con más ganas de que nos elijan para salir de ahí. Pero vamos al fin, con ganas. Entre risas, loqueras, recomendaciones y otras hierbas llegamos a la verdadera coyontura: "La quinta", la llama nuestro anfitrión.

Comenzamos a trabajar con la soltura que nos da la juventud. Lozanos y francos nos levantamos con nuestros filos mientras el sol nos saluda con su ardor que comienza a ascender en su apolíneo carro. Y mientras los viriles mancebos hacen la faena; uno va por las muchachas que vendrán a hacer lo suyo.

Las señoritas llegan un poco tarde (bendita canonjía) pero ponen manos a la obra y decisión para lavar la ropa que han traído. Dichas prendas se utilizarán después, según lo que acuerde el grupo. A nosotros nos llaman a almorzar y, gracias a Dios, tomamos un pequeño descanso además del refrigerio. La comida es bendecida, es saboreada y hasta repetida... o sea que se volvieron a servir.

Después, cada quien vuelve a su sitio. Las chavas van que vuelan con su labor. La ropa comienza a ser tendida, se seca... Los chavos no pudimos terminar con la faena completa; sin embargo, acabamos satisfechos de nuestra labor. Una mojadita... una cascarita... y sobre todo la gracia de ver a los hermanos unidos.

La promesa de ir a la presa nos mantiene vivos. Caminamos algunos hasta allá; a las damas se les concede el privilegio de ir en camioneta. La experiencia de excursión en la presa es hermosa. Con un sabor a carne asada y a tlayudas; con la alegría de los 10 pescaditos capturados; con la inexplicable intensidad de una culata; con los gritos que rompen el silencio y abren el eco de la montaña; con las expediciones intrépidas.... con la calma de la tarde en la naturaleza, templo de Dios. Sinceramente me habría encantado celebrar algo más ahí.

Volvimos a la casa. La tarde se cerraba poco a poco y el sol se despedía de los caminantes que agradecíamos la poca luz que aún nos brindaba, generoso. En esta vuelta y la otra, la noche se nos vino encima y fue necesario prender focos para podernos ver un poco más.

Y vino el tiempo fuerte, la pausa obligada para agradecer a Dios por este grupo, por su causa y misión, por lo que viene, por lo que tuvo que haber sido para que fuéramos nosotros y por nosotros que seremos para que otros más vengan a ser. (ah verdad) Entregamos los cantorales, entregamos nuestras sonrisas, nuestro ánimo, nuestra voz, nuestra energía. Lo dimos todo para ser uno con el Absoluto.

La noche siguió su curso y una luna decadente se asomó para saludarnos con un pálido brillo. Los que tenían que emprender su jornada de vuelta, subieron a la nave y despegaron. Aquellos que esperamos la llegada del fuego (y de unos escurridizos malvaviscos) nos quedamos a contar algunas experiencias de ultratumba. Muy graciosas, después de todo.

Creo que la actividad cumplió algunos de sus cometidos. Creo también que hay mucho por hacer. Se van dando pasos... integración no es una palabra tan sencilla como relajo. Amistad no es lo mismo que Fraternidad. Pero poco a poco nuestras rocas se liman para que la argamasa del Espíritu nos selle como uno solo.

¡IMPERATUR!

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