10 abril 2008

Soñar, sí, me acuerdo...

A veces recuerdo tu imagen
desnuda en la noche vacía...

L.E. Aute (Dentro)

Mucho tiempo antes de que los vestigios de mi pasado se combinaran en una amorfa y confusa bruma, yo te recordaba claramente. El día en que ni tú ni yo nos conocíamos y osamos amarnos. La noche en que bastó un silencio elocuente para unirnos para siempre, aún sin nosotros percatarnos de la magnitud de tal instan
te, pero sintiendo de algún modo su magia. Todos aquellos sueños se agolparon en mi mente, como cada noche vacía, incierta y fría. Los dejé entrar, sin resistencia, como antiguos amigos de cuya existencia se sabe por otros, o simplemente
 se les desea lo mejor porque ya no forman parte de nuestra cotidianidad. Me alegraron un momento para luego dejarme una amargura que ningún llanto fue capaz de disolver. Soñar es un placer que el despertar se ocupa de purgar; como si la osadía de Ícaro siguiera siendo censurada, acariciamos el brillo para luego desplomarnos cegados y con las alas rotas, nuestra resistencia vencida y el optimismo por los suelos.

Sin embargo, los sueños nos forman. Hacen que nos levantemos cada día para seguir luchando. Es algo paradójico, cierto, pero necesario. Un sueño muerto es realidad, de otro modo, sigue estando ahí (a pesar nuestro, e incluso aunque no lo notemos) Vemos cómo dentro de nuestras vidas siempre hay algo que se cuela: un rayo de luz que rompe el cuarto oscuro, el pequeño brote que anuncia otro tiempo, el color que destruye la monotonía y nos anima a caminar. Los sueños son motor, o combustible, o ambos. 

Es preciso, pues, entender que debemos usarlos sabiamente. Sin
entregarnos a ellos por completo, pues la ingenuidad mata al incauto y lo reduce a la ceniza del resentido y desconfiado. Tampoco es recomendable desecharlos, co
mo si una dosis de fantasía fuera a destruir nuestro mundo real, o a amenazarlo. La clave, según yo (pobre soñador improvisado) es que sepamos que los sueños no son reales. Parece simple, pero innumerables veces olvidamos semejante simpleza y complicamos nuestras vidas con dolores que no tendrían lugar de saber dónde estamos parados, qué esperar, meternos en la cabeza que los sueños no viven en el mundo real pues perderían su esencia. 

Estos sueños pueden ser el combustible para nuestra vida. La causa porqué seguir luchando y una meta lejana que sabemos nos podemos dar el lujo de exagerar. Grandes expectativas generan grandes resultados si se mantiene la idea de proceso. Somos todos seres en desarrollo y nuestros destinos siguen en construcción hasta que cerramos los ojos a la muerte. (tal vez después sigan, pero no he estado ahí) Cada sueño es un motivo para seguir en el proceso. Obsesionarnos con una meta puede ser provechoso, pero creo que la mayor parte del tiempo conduce a frustraciones y
 dolor. En cambio, la tenacidad nos conduce por caminos más ciertos: perseguimos un ideal, alimentándonos de sueños, pero sabedores que hay cosas alcanzables y otras simplemente nos sirven para seguir, para sonreír.

Porque después de la amargura que viene con tu recuerdo llega una sonrisa. Y seguimos adelante al saber que no hay un mínimo margen de realidad en lo que sueño, pero que hubo una vez un máximo de posibilidades para nuestro pequeño mundo. Tomamos decisiones que nos trajeron donde estamos hoy, creo que ninguno de los dos se arrepiente, pues no está en nuestras naturalezas. Tampoco puedo decir que somos completamente felices, pues el estado de felicidad plena es el mayor sueño del hombre y, como tal, pertenece al mundo de la fantasía. Puedo sólo decir que aquí estamos, haciendo lo mejor que podemos hasta descubrir cuál es el siguiente paso. 

Yo soy un soñador. Siempre lo he sido y poco a poco he aprendido cuánto duele despertar. También aprendí lo que escribí arriba y por eso puedo seguir soñando, buscando ese equilibrio entre la fantasía y la realidad. No siempre es fácil. Mi mayor tentación es querer quedarme en el mundo paralelo. Hay ocasiones en que pienso que no tengo un sueño mayor y no me hace ilusión cualquier otra persona... que vuelvo a escribir nuestra historia pero con otros nombres. Eso no me gusta... arranco la hoja donde lo escribí y la quemo. Siempre habrán más hojas. 

Parafraseando aquel correo de septiembre negro: "son más de las cinco y no puedo dormir..." me dio por pensar en sueños, pero no por soñar. Mejor lo escribí y así se queda en un sitio que no existe en la realidad que Aristóteles conoció, pero que tampoco vive en el mundo superior que Platón imaginó. Al final, un sabio maestro supo reconocer su ignorancia. No sé donde queda, digo con él. Sé, sin embargo, que está ahí. Ojalá lo hayas podido leer. Sigues aquí aunque no te veo tan seguido.

Y tú... por cierto: ¿cómo dormiste hoy?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario