03 junio 2012

Renuncias

Y Jesús lo miró con amor y le dijo: "ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y luego ven y sígueme."
¿Qué tengo yo, pues, que vender?

Alguna vez soñé y quise una vida muy cómoda y tranquila. Me convencí que aquel anhelo era lo mejor a lo que yo podía aspirar y que, al alcanzarlo, sería feliz y me encontraría satisfecho.

Quería ser maestro y lo he conseguido. Yo esperaba ser uno de esos mentores tan inolvidables y sabios, que tocan la vida de sus alumnos en más de una forma. Tal vez hasta tendría una pequeña escuela en Miahuatlán, para abrirle a mis paisanos el mundo que yo había visto. Levantarme temprano y tomar un café recién hecho en la barra de un desayunador que yo habría erigido. Alistarme para salir en la mañana y dar mis clases. Con grandes planes, con cierta equidad entre la exigencia y la manga ancha para que mis alumnos tuvieran lo mejor de mí. Tener varias clases y correr de aquí para allá. 

Además del desayunador, mi casa iba a tener una cocina donde pasar un buen tiempo los domingos. Un lugar para que se reunieran los amigos al calor y el olor de las especies y el sonido de la comida que nos aderezaría la convivencia. O un jardín con una pequeña parrilla en un rincón para hamburguesas y tlayudas, con sillas amplias para en las tardes de lluvia y frío tomar una taza de café y los acordes de una guitarra bohemia. En mi sala, un proyector con una gran pantalla: como ir al cine, pero en casa. Al ver películas o series, poder reunirse y disfrutar, unos en los sillones y los demás en la alfombra, de unas palomitas y otros confites engordadores. Tal vez, de mayor, hasta dos sillones reclinables con masaje de espalda podría tener. 

Otro sueño era tener un estudio apelmazado de libros y una buena mac. (no como las que se rompen o se muere su pantalla) Tiempo para leer o solo escuchar mi música y ver el atardecer. Un sitio para hablar de asuntos delicados y tomarse un whisky con la ventana abierta y una buena compañía. 

También cruzó en mi mente y tocó mi corazón el tener una familia pequeña. Alguna vez bromeaba con mi familia sobre la mujer que esperaba. Dice el dicho que entre broma y broma… Ella era de cabello rizado, como las irlandesas de mi otra tierra; hablaría inglés para que pudiéramos tener tres códigos en casa: español, inglés y amor. Perspicaz, analítica, crítica, amorosa, tierna y comprensiva. Una mujer que pudiera confrontarme, con carácter fuerte. Así los dos tendríamos hijos que tomasen lo mejor de ambos y que nos superaran. Los veríamos crecer y jugar, aprender y mejorar, los enseñaríamos a amar a Dios y a sus hermanos. Una familia activa en la Iglesia, que se nutriera de y contribuyera a su comunidad. Yo salí del seminario esperando ser un mejor laico que el religioso pobre y triste en que me estaba convirtiendo…

He logrado las bases de lo que hasta aquí he descrito. Quienes me conocen lo saben. Hasta hace realmente muy poco, ese sueño era para mí un proyecto de vida válido, deseable, posible. Pensé que Dios me bendeciría y lograría todo esto; y entonces, un día...

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