15 noviembre 2011

Adagio

Comenzar de nuevo, desde el principio que ya casi había olvidado. Recordar los caminos sabiendo que no habrá un sólo recodo que deba repetirse, ¿o tal vez sí? Pensar que todos podemos plantearnos una interrogante fundamental para dirigir la nave hacia otros derroteros. Soñar otra vez, con más miedos y más inseguridades, sin el arrojo que los años núbiles nos urgen. Aquella llamada... esta llamada... ¡Eres la luz y siembras claridades!

Voy despacio al principio. Me he dicho que no soy yo, que debe ser alguna cosa que alguna vez se quedó en mi subconsciente y ahora reaparece. Me convencí que perseguía los sueños de quienes me dieron el ser y no los míos. Me ilusioné con unos ojos brillantes y la voz de quien luego se perdería en la bruma de los tiempos, dejando un ensueño borroso y dulce, como el olor de la canela en una taza de café de mi abuela. Me aferré a la docencia como un modo de vida, como "lo mío" y "lo que me interesa." Me dejé adular, esperé que todo se callara con el ruido de mil actividades y de la distancia y el tiempo. ¡Quise engañar con tiempo a la Eternidad! A base de terapias luché por renunciar a un sueño que me siguió por mucho tiempo. Después de mucho reflexionar, alcancé la pavorosa conclusión de: "no es lo mío y por más quiera, si sigo aquí estaré infeliz y sin rumbo." Así que retomar el camino fue una tarea difícil. No porque los sueños se hubieran difuminado, sino porque yo dije que no volvería a esa vereda, a ese recodo del camino, que aquello se había olvidado. 

Una pregunta generó una avalancha de recuerdos que tuve que digerir primero para poder responder con más firmeza, no como un arrebato. La semilla que echo brotes en más preguntas por resolver, recuerdos que redimir y sueños que visitar. –otra vez– Finalmente, hablar con Marco Antonio y repasar la forma en que todo se vino abajo, mi casa en ruinas; una que volví a construir, pero que parece que debería dejar. ¿Quién te dijo que tendrías una casa? (Lc 10,58) Así que había que plantearse muchas más preguntas de las que me hice cuando tenía 18 años. Entre más seguridades se tienen, más inseguro se vuelve el hombre.

Ni hablar, hay que volver a empezar. Justo desde donde lo dejamos, pero no igual. He cambiado mucho, mis sueños evolucionaron, mis ideas y opiniones ya están formadas en su mayoría, dejarme guiar no estaba... bueno, ¡nada de esto estaba en mis planes, realmente! Pero supongo que esto es así, el Espíritu arrebata a quienes menos se lo esperan... y hasta alienta a los hijos a volver a la casa del Padre.

¿Hacía dónde va todo esto, Señor? ¿A dónde vamos?

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