Ahora resulta que la vida es una rueda de la fortuna y nos ha puesto en un cruce de caminos otra vez, juntos... aunque siempre es distinto cuando estamos juntos, ¿no es así? Ahora resulta que siempre sí podemos ser felices y que la vida nos espera con los brazos abiertos para darnos un cuenco con leche y miel. O que cuando dejamos de esperar que algo suceda, esto siempre nos llega a la puerta de la casa. Que cuando estamos a mitad de una clase un zumbido nos puede despertar todo el letargo de años de reposo, de nada. ¿En verdad puede ser tan fácil?
Ella llamó en la mañana de un sábado. Me llegó una mañana
de domingo, con un pequeño en los brazos, una sonrisa en el rostro y un enigma en los ojos mientras hablaba conmigo. ¿Qué quería? Y yo... ¿Qué esperaba de ella? Son preguntas que aún hoy no sé bien cómo responder. Y es que de pronto todo el brillo se había desvanecido, un vendaje en su brazo era la pálida metáfora de cuanto había pasado en sus días, con sus decisiones, sus sueños, los planes y las esperanzas que puso con otra persona. Así estaba, frente a mí, con los ojos ansiosos y los labios prestos... mas pudo más la paciencia.
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A la semana siguiente, sin embargo... henos aquí: dispuestos a arrostrar el mundo. Yo, cargado de dudas, de reticencias. Tú, con la incertidumbre, con las ganas de ya no seguir empujando tu rueda tú sola... ¿Qué sigue? ¿Por qué aquí, ahora, sin más preámbulos? Ni tú ni yo supimos responder a semejantes dudas... sólo dejamos que la magia del plenilunio nos fuera envolviendo al ritmo del jazz y el sabor de un café que amenizó una charla larga y llena de mensajes dichos entre líneas, en un lenguaje que ambos aprendimos hace siglos, antes de que las historias nos marcaran rumbos diversos. Al final, o tal vez fue el principio... como sobraran las palabras, o faltaran los silencios, decidimos que era mejor permitirnos congelar el tiempo y el espacio mientras el encanto de la noche de Antequera nos cubriera.
La noche fue nuestra. Las calles nos parecieron familiares, mientras al avanzar nos acercábamos más... no sólo físicamente, claro está. La luna sonreía, yo abrevaba el néctar con sabor a nuevo, a antiguo, a triunfo... una danza febril y ligera, llena de promesas y de sueños. Tú y yo: henos aquí.
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Mi reina de la luna... tu mosquetero favorito.
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