No sabía bien qué escribir en la carta. Me hallaba muy lleno de cosas...
De pronto había que resumir ocho años en un párrafo, la experiencia del viaje interior de seis meses en otro, y hacer una petición de la que me sentía indigno. O por lo menos había experimentado mucha vergüenza y me condenaba por haber fallado a quienes habían confiado en mí. Tras esas acusaciones se escondía también un dejo de amor propio, tal vez prefería el acusarme yo a que los demás me llegaran a reprochar alguna cosa.
Estos años viví con una espina clavada en el pecho. Me costó mucho trabajo perdonarme y todavía quedan vestigios aquí y allá. pido la ayuda de Dios para aceptar mi indignidad sin golpes bajos ni reproches, que me acerque más y más a los deseos de la Voluntad del Padre. Estoy en sus manos.
Con todo, la carta fue fluyendo. Sin la brillantez que yo habría esperado, pero con la honestidad y la serenidad de haber vivido un proceso de discernimiento y estar dispuesto a seguir el sueño de mi vida, a ser feliz. Ahí es donde el verdadero brillo existe.
Al depositarla, ya no iban "todas mis esperanzas" o "todas mis expectativas" con ella. MI alma estaba más serena, temperada, por la desilusión que el ser humano se causa a sí mismo tan a menudo. Mi corazón estaba –y sigue– alimentado por una certeza que hay y se confirma en la mediación de la Escuela Pía, y de aquellos quienes, viendo la acción del Espíritu en mi vida, se alegran de mi regreso.
Mi corazón se alegró de conocer la noticia de que podría volver. Acepto las condiciones porque sé las reglas del juego y porque, como ya lo he dicho, estoy seguro de mi decisión. Con cada día que pasa me ilusiono más. Pero espero ya haber madurado lo suficiente para equilibrar mis ilusiones y la realidad que vaya viviendo. Pido a Dios que me sostenga en esta espera, en este camino con tantas luces y sombras. ¡Fe!
Soy consciente de cuánto tengo que dejar por este amor que me consume. Me atrevo a decir que la renuncia de Abraham tiene más sentido ahora. Porque ya no soy un muchacho que apenas está despertando al mundo, comprendo y duele más. He vivido el mundo y conocido mis límites, mis capacidades y la riqueza, el poder y el placer que el mundo me tiende al paso. No he apartado mi vista, ni sacudido la mano. he cometido errores y aceptado la esclavitud.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? Esta urgencia de descubrirlo, de encontrarme en Ti, de reinventarme, no la puedo colmar por mí mismo. Solo no encuentro el sendero, me pierdo, inconstante, creyendo haber visto la luz cuando no es más que un destello. Tantos quebrantos al estar lejos de ti. Mi alma ha sido creada para hallarte, deleitarme en tu presencia y descubrirte, amarte y servirte en mis hermanos. Así, pobre entre los pobres, niño con los niños, anhelante y joven con los chavos.
¡Gracias, oh, Dios, por el carisma calasancio!
Dejo porque he encontrado.
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