En mi vida, he tenido la fortuna y la dicha de viajar por varios lugares. Mis pasos me han llevado a establecerme en cuatro lugares por espacios prolongados de tiempo. Nací y crecí en Miahuatlán, un pequeño villorio al sur de la provincia de Oaxaca, en México. A los 14 años me mudé a la capital del estado: Oaxaca de Juárez. Tres años después, en un éxodo que esperaba fuera definitivo llegué hasta Celaya, en el estado de Guanajuato. Finalmente, después de una estancia de dos años, me mudé a la capital del país: la Ciudad de México, donde pasé cerca de ocho meses. Al cabo de los días, los pies me trajeron de nuevo a Oaxaca, donde radico actualmente.
De los cuatro lugares, si tuviera que escoger dos... no podría. Sinceramente sé que un trozo de mí se ha quedado en aquellas tierras que me alimentaron y recibieron, donde poseí un rostro y un corazón. No soy capaz de elegir, porque no sé si podría renunciar.
Lo siento, coronel, creo que hice mal la tarea. Ja, ja, ja.
A Celaya la amo porque despertó en mí una gama de habilidades que supuse no tener, porque mejoró notablemente aquellas que sabía, y maduró las que estaban desarrolladas. Fue un suelo propicio para mi crecimiento en todos los aspectos, fue la casa de la que el Padre me habló en mis sueños, el sitio donde mi semilla germinó y comenzó a crecer.
No me quiero extender, así que diré simplemente que cada vez que recuerdo una experiencia feliz de mi estancia como escolapio, a mi mente viene -casi siempre- la bendita tierra de Celaya.
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A Oaxaca lo considero el Alfa y el Omega de mis peregrinaciones hacia terrenos inexplorados. Es el suelo donde me nutro y me repongo, donde encuentro la paz y la inquietud que alboroza mi corazón. Es la patria donde vuelvo, con la ropa polvosa y el cuerpo agotado, después de cada intento por comerme el mundo. Calma mi sed y repara mis fuerzas, me da la gracia que necesito para seguir en el día a día. Una caminata por sus calles me puede reanimar o poner melancólico. Es una ciudad tan maravillosa, que no he encontrado sitio más favorable para desarrollar mi imagninación, mi capacidad soñadora, mi mente llena de sofismas.
Por esto y más llevo a esta ciudad donde vivo muy dentro de mí. Es mi núcleo.
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México DF representa la vorágine, el impulso que nunca termina y que parece nunca tener reposo. Una ciudad que nunca duerme, que desafía a la noche con la enorme cantidad de luces encendidas. Un pueblo basado en la destrucción de un bello lago; maravilla humana del desarrollo. (o la incomprensión del europeo de la perfecta armonía del hombre mesoamericano)
Esta ciudad me llevó a conocer mis límites, a desear más, a verme desprovisto de prejuicios o inseguridades. Encontré algo parecido a un desierto, comprendí que el sin-sentido nos rodea mucho más cerca de lo que en realidad pensamos. Fui dichoso, aún cuando un monstruo me devorava las entrañas. Esa ciudad me hace sentir más vivo. (No sé ni por qué)
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Y tú, ¿cuál es tu terruño?
De los cuatro lugares, si tuviera que escoger dos... no podría. Sinceramente sé que un trozo de mí se ha quedado en aquellas tierras que me alimentaron y recibieron, donde poseí un rostro y un corazón. No soy capaz de elegir, porque no sé si podría renunciar.
Lo siento, coronel, creo que hice mal la tarea. Ja, ja, ja.
A Celaya la amo porque despertó en mí una gama de habilidades que supuse no tener, porque mejoró notablemente aquellas que sabía, y maduró las que estaban desarrolladas. Fue un suelo propicio para mi crecimiento en todos los aspectos, fue la casa de la que el Padre me habló en mis sueños, el sitio donde mi semilla germinó y comenzó a crecer.
No me quiero extender, así que diré simplemente que cada vez que recuerdo una experiencia feliz de mi estancia como escolapio, a mi mente viene -casi siempre- la bendita tierra de Celaya.
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A Oaxaca lo considero el Alfa y el Omega de mis peregrinaciones hacia terrenos inexplorados. Es el suelo donde me nutro y me repongo, donde encuentro la paz y la inquietud que alboroza mi corazón. Es la patria donde vuelvo, con la ropa polvosa y el cuerpo agotado, después de cada intento por comerme el mundo. Calma mi sed y repara mis fuerzas, me da la gracia que necesito para seguir en el día a día. Una caminata por sus calles me puede reanimar o poner melancólico. Es una ciudad tan maravillosa, que no he encontrado sitio más favorable para desarrollar mi imagninación, mi capacidad soñadora, mi mente llena de sofismas.
Por esto y más llevo a esta ciudad donde vivo muy dentro de mí. Es mi núcleo.
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México DF representa la vorágine, el impulso que nunca termina y que parece nunca tener reposo. Una ciudad que nunca duerme, que desafía a la noche con la enorme cantidad de luces encendidas. Un pueblo basado en la destrucción de un bello lago; maravilla humana del desarrollo. (o la incomprensión del europeo de la perfecta armonía del hombre mesoamericano)
Esta ciudad me llevó a conocer mis límites, a desear más, a verme desprovisto de prejuicios o inseguridades. Encontré algo parecido a un desierto, comprendí que el sin-sentido nos rodea mucho más cerca de lo que en realidad pensamos. Fui dichoso, aún cuando un monstruo me devorava las entrañas. Esa ciudad me hace sentir más vivo. (No sé ni por qué)
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Y tú, ¿cuál es tu terruño?
jajaja... "terruño"... me gustó cómo se oye esa palabra :D
ResponderBorrarCoronel, a mi parecer, hizo la tarea mejor que yo, pudo describir y plasmar con palabras muy bien escogidas sus "terruños" ... y en efecto en cada lugar se queda "algo" de nosotros... y también... sacamos algo de esos lugares... lugares que nos marcan, lugaras que muchas veces nos definen.
FELICIDADES A LA PROGENITORA DEL HOMBRE MÁS ENIGMÁTICO QUE HE CONOCIDO!
Felicidades a tu mami, a la Generala de División! :)
Siempre hay algo nuevo que conocer de ti Otto. :)
Buen día amigo. Un abrazo fraterno.
Saludos.
Maestro tienes muchos terruños que se han convertido en neta experiencia y en completa madurez. Haces del lugar en donde estés, tu mundo mágico donde buscas algo…
ResponderBorrarºoº No eres predecible y eso te hace enigmático :)
Sinceramente nunca me he puesto a pensar en cuales han sido mis terruños, o más bien que “cosa” puedo decir que han sido mis terruños…