Hace poco veía entusiasmado la película de Kung Fu Panda 2. Como todo filme infantil, éste tiene un mensaje sobre el alcanzar la paz interior. Más allá de una técnica de arte marcial, o una meditación larga y lograr el vacío que algunas filosofías orientales enseñan, la película vuelve a tomar la idea de la aceptación de quien se es como la base del triunfo. Al reconciliar la propia historia, el personaje principal llega a la comprensión de sí mismo y desarrolla algo increíble: la capacidad de contener ataques mortales. Y más aún: perdona a quienes tanto daño le hicieron.
Siempre me ha gustado ver películas para niños por el tipo de mensaje entre líneas que se descubre, por las risas que me arranca y porque me aleja de mis propios laberintos por más o menos 120 minutos. Este largometraje me entusiasmó mucho.
Tal vez sea por el proceso que vivo ahora. De pronto me he dado cuenta que mi lugar está cerca del Señor. He reconocido el error que cometí al dejar el seminario cómo lo hice. Estaré por siempre agradecido con Dios, pues convirtió ese desvío en una gran oportunidad para seguir enseñándome, guiándome, dándome su amor. Conocí a tantas buenas personas, me mostró y ha moldeado mi corazón a fuego lento, mientras seguía negando quien era. Nunca dejó de llamar a la puerta. ¿Comenzar de nuevo? Más bien continuar; entregarme de forma más intensa. De ahí que tengo esta paz, esta sensación de consuelo... hacía tanto que no lo vivía.
Me gusta el final de la película. Po regresa a casa y sabe que su lugar está ahí. Espero volver a casa y saber que mi lugar siempre ha estado ahí, mi vida y mi felicidad brota de el Señor, su llamado amoroso y fiel, mi respuesta que quiere ser llama.
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