A veces quisiera escribir más frecuentemente en mi ventana, pero la faena cotidiana y el fardo de la docencia me lo impiden. Empero, heme aquí de nuevo, escribiendo algo para no dejar de decir que no ha pasado ya nada conmigo. Limpio el polvo de este portal –viejo para su especie– y le cuelgo un cartel de colores distintos para que aquellos viandantes le miren y digan: "mirad que ha puesto algo" y sigan con sus pasos con rumbo fijo y a la vez arbitrario.
En los últimos meses he percibido un cambio que tal vez se comprenda al leer la carta a Baltasar. Pero esto no es todo. Después de la llegada de mi hermana, me he sentido en muchas formas como perdido, desubicado, atolondrado ante el nuevo orden de las cosas. De pronto me descubro perdido en medio de una casa que me gustaría cambiar. Huyo a la vez de la responsabilidad de conducir mi propia cosa, tal como se esperaría de un hijo huérfano de padre, cuidando de su madre y abriendo las puertas de la casa paterna a su hermana y sobrina.
Yo quisiera que mi madre nos encabezara o que al menos pusiera un orden, el suyo, en casa. También anhelo ver a mi hermana convertida en madre y no en cómplice o par de su hija. De mi sobrina en verdad no espero nada. Me parece que lo mejor es esperar a que ella descubra qué esperar de sí misma. No me considero la guía más recomendable para una adolescente a quien apenas conozco. Vivir con tres mujeres tan dispares es todo un reto. Mas el reto más grande es descubrir mi lugar en medio de ese nuevo lugar. Dejar mi habitación (ya amueblada y decorada a mi modo) y compartir mi estudio cortó de algún modo mi pertenencia a la casa. Era como un huésped en un sitio cambiante y a veces ajeno.
Se ha estado construyendo una ampliación para mí. Tendré mi estudio y mi recámara para que cada uno tenga su espacio. En verdad espero que este espacio personal me ayude a centrarme de nuevo y a encontrar un nuevo rumbo. Le he puesto ilusión al proyecto. Y, aunque mi madre ha corrido con los gastos, yo también he colaborado con algunos detalles. Creo que por eso he trabajado como loco este semestre: para poder decorar el lugar a mi entero gusto y no tener que parar a la mitad.
Creo firmemente que Dios no nos pone una prueba que nuestro corazón fallaría. A pesar de errar, el hombre guarda una chispa de Dios en su ser. Ahora estoy atravesando un río oscuro y turbio que confunde mis pensamiento y se prolonga más allá de donde puedo vislumbrar. No logro responder a la pregunta satisfactoriamente y sigo flotando, a sabiendas que se acerca el tiempo de la gran encrucijada. A pesar de la casa, de mi familia y de los sueños que alguna vez albergué con una mujer, todavía queda por descubrir una forma de llenar este vacío que siento por dentro. A veces más intenso –como un fuego insaciable que me quema por dentro– y a veces com un murmullo de hojas de laurel movidas por la suave brisa de verano, como un canto nostálgico de aquello que sabíamos pero hemos extraviado.
En esta búsqueda he intentado volver a mis orígenes: leo más, trato de pasar un tiempo con mis amigos cercanos, hasta de recuperar algunos lazos amistosos me he dado el lujo. Supongo que sólo me faltan un par de cosas. Por un lado, tocar la puerta de FEF y ver qué sucede. Algo me dice que es una parte esencial del camino. Y por el otro, visitar Miahuatlán por algún tiempo, cosa que espero hacer el próximo agosto.
Dios proveerá.
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